lunes, 29 de febrero de 2016

Después de la II Semana de la Competencia…


…bien vale la pena refrescar nuestra memoria. 20 años han pasado desde que el gobierno recibiera de la UNCTAD la primera versión del anteproyecto de Código de Ordenamiento del Mercado, sometido luego al Congreso en octubre de 1998 después de ser adaptado a nuestra realidad por una comisión de expertos designada por el Poder Ejecutivo.

Entonces, como ahora, nuestros hoteleros eran colocados contra la pared por los touroperadores, cuyo poder para imponerles precios al por mayor sigue siendo inmenso, al controlar las redes de distribución turística—los sistemas computarizados de reservación de habitaciones así como los transportes aéreos y terrestres de turistas desde y hacia sus países de origen.

Por ello se adoptaron en el 2008 normas en el Acuerdo de Asociación Económica (EPA) entre la Unión Europea y los países del CARIFORO para luchar contra las prácticas anticompetitivas en este sector clave para todas las economías caribeñas.

Entonces, como ahora, nuestros exportadores se veían forzados a pagar tarifas de transporte marítimo por servicios hacia países norteamericanos que son tres veces superiores a las que imperan en rutas europeas, fruto de la existencia en esta parte del mundo de las llamadas “conferencias marítimas” que fijan precios y se distribuyen rutas, sometiendo a los usuarios a los peores efectos de la cartelización.

Por ello fracasó en la OMC después de la Ronda Uruguay la negociación sobre comercio de servicios de transporte marítimo y, nada casualmente, el contenido del DR-CAFTA sobre política de competencia es poco menos que nulo.

Entonces, como ahora, seguimos siendo todos víctimas de los efectos que sobre el comercio internacional tienen las prácticas anticompetitivas. Luchar contra las mismas—en ausencia de normas multilaterales al respecto—queda sujeto a la “cortesía positiva” (positive comity) entre las autoridades nacionales. O, como en el caso ya mencionado del EPA, la lucha requiere fortalecer las autoridades competentes a nivel nacional en el Caribe, la modernización de sus normas y su creciente interacción a los fines de colaborar con la instauración de un régimen regional al respecto.

Saludemos pues la visibilidad que retoma el tema de la política de competencia en el debate nacional y en particular el compromiso emergente de nuestras autoridades con una de las piedras angulares de nuestra inserción internacional, sin la cual productores y consumidores por igual se verán impedidos de disfrutar de los beneficios de la apertura comercial.

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